WILLIAM HICKLING PRESCOTT Historiador
La historiografía estadounidense anterior a Prescott se puede decir que era prácticamente desconocida para los estudiosos e historiadores europeos. Washington Irving había no obstante logrado cierta notoriedad con la publicación de su vida de Colón (1828) y la Crónica de la Conquista de Granada (1829); pero como estas obras no estaban montadas sobre vasta base documental científica, se le tuvo mas por un ameno literato de sesgo histórico que por un autentico historiador. George Bancroft, que había estudiado con Heeren en Gottinga y del que tradujo al ingles algunos ensayos, obtuvo palabras de alimento de su maestro y recibió asimismo las "criticas disfrazadas de elogio" de Ranke, amén de los juicios desdeñosos de Carlyle; pero fuera del reducido circulo profesional de Europa siguió siendo ignorado.
Cuando Prescott publicó en 1837 su obra acerca de los Reyes Católicos, no solo consiguió forjarse un nombre sino que también alcanzo a ocupar un puesto destacado dentro del casi hermético cónclave de historiadores romántico-eruditos. La fama ya no le abandono, y tras la publicación de las historias sobre la Conquista Española de México y del Perú, su nombre corrió de boca en boca y sus libros (el relativo a México, por ejemplo) compitieron ventajosamente con los "best sellers" de aquel tiempo, con la cabaña del tio tom (1852). De golpe su nombre (tras la aparición de la historia sobre los Reyes Fernando e Isabel) fue conocido en ambas orillas del Atlántico y enseguida comenzó a brillar con luz propia en el firmamento historiográfico de su época.
Por supuesto, la metáfora astronómica resulta en ocasiones como esta, muy socorrida y apropiada; su utilidad es evidente dado que con ella se refleja el espíritu competitivo y profesional de los historiadores pertenecientes a la primera mitad del siglo XIX.
Agotado al parecer el gran ciclo historiográfico-ilustrado, se había dejado paso franco a la escuela erudito-romántica en la que destacaban notabilidades como Niehbur, Raumer, Ranke, Droysen, Mommsen, Thierry, Barante, Thiers, Ghizot, Michelet, Chateaubriand y otros. Casi todos ellos habían ya publicado su obra capital respectiva para cuando Prescott se dispuso a editar su primer libro: el mejor sobre historia publicado jamas en Norteamérica, escribirá el crítico ingles R. Ford. Destacar, como lo hizo Prescott, entre aquellos luceros científicos no fue empresa fácil, según apuntamos, ni tampoco lo fue el mantenerse siempre a la misma altura de los otros, o incluso a más si medimos con el barómetro del entusiasmo popular.
O sea que es algo así como el tatara-tatara-tatara-tatara-abuelo...?
ResponderBorrarQué bien!